Extracto de Una Vista a Boconó

Si al arbol debemos... ¿Cómo va a ser ECOCIDIO?

Un árbol caído arrastra con él, su oxígeno, sus flores, sus frutos, sus sombras y los recuerdos. Esos recuerdos de todos los que bajo él estuvimos. Vivencias, llantos, risas, juegos, anhelos y pensamientos que bajo su frondosidad se vivieron y que convertidos en eco su tupida copa plasmó, y con la ayuda del viento extendió, como aromas y melodías, por todo el valle de Boconó.
Quizá las causas y las consecuencias de un ‘arbol caido’ que aunque por causa natural, me da por llamarlo Ecocidio, tenga el mismo origen... blanco “inocente”, teñido hoy de rojo.
Porque rojas quedan –por siempre- las manos de quien comete un crimen con premeditación y alevosía.-

Porque encolerizadamente roja queda por siempre la dignidad de quiénes han sido atacados o sufren las consecuencias de estos ataques.
Porque rojas se tornan las mejillas ante la vergüenza. Vergüenza de la que generalmente carecen quienes atacan burlonamente los buenos y sanos intereses de quienes ingenuamente y sin ningún mal pensamiento viven apegados a la eterna convicción de que todos somos o podemos llegar a ser igual de buenos, solidarios, productivos y generosos, con la simple y ardua labor cumplida día a día, estudiar y/o trabajar con ahínco (consigna estudiantil).
Por qué será que las agresiones propinadas por los más cobardes tienen como víctimas a los más débiles e indefensos (en apariencia) y por lo general las consecuencias a medio y corto plazo afectan el bienestar de un grupo mayoritario.
El árbol que acobijó de los rayos del sol cuando con su grandeza se dejaba sentir con fuerza, cobijó también de lluvias, esas lluvias suaves y rocíos que siempre han rondado el paisaje boconés. El árbol que ha servido de inspiración a más de un pintor, a más de un fotógrafo, a más de un estudiante pensador y/o pensativo, a más de unos amantes propios y ajenos, hoy yace tendido en el suelo y junto a él todo lo que por siempre lo acompañó.
Al árbol debemos… ¡Jamás olvidemos que es obra de Dios!

Juan Pablo Baig
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